martes, 10 de octubre de 2017

Desde el Real de la “muy fiel y reconquistadora ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo”



LES AFFAIRES PANAMÁ


América, continente vertical que parece prefigurar la línea de las Bulas divisorias de Su Santidad Alejandro VI y la posterior del Tratado de Tordesillas, tiene en Centroamérica el cordón  umbilical de la doble masa de tierras, un verdadero puente natural y nudo de las rutas transoceánicas entre los hemisferios. Sobre estas tierras, surgidas sobre el ensueño del Caribe mucho se ha hablado. Tema principal ha sido Panamá, integrante de las tierras nacidas para la Cristiandad con Isabel de Castilla y Fernando de Aragón los Católicos e inmortales monarcas. Esta América (que debió llamarse Isabela por su madre la citada Reina Católica) fue organizada NO como colonia que nunca lo sería y sí, como REINO DE INDIAS, independiente e integrante en pie de igualdad en la diversidad del SACRO IMPERIO ROMANO GERMÁNICO dada nuestra unión con la CORONA DE CASTILLA.

 

Fue Carlos I de las Españas y V de Alemania quien, en 1519 por Real Cédula, marcó su nacimiento, pactando con los pueblos indígenas y estableciendo que nuestro REINO jamás podría ser separados de la Corona de Castilla, ni dividido, asignándolo a infantes de la Casa Real.

 

Su hijo y sucesor Felipe II, conocido históricamente como el Campeón de Catolicismo, por su lucha incansable contra las herejías nihilistas de Lutero y Calvino, el insigne Monarca siguió el mandato de su padre, haciendo de las INDIAS un  Estado Cristiano ejemplar. Éste se basaba en la libertad cristiana, es decir, una legislación dictada como un Derecho al servicio de Dios, el Amor y la Caridad. Así, fueron erradicadas las costumbres antinaturales que aparecían, (y son un ejemplo) entre Incas y Aztecas. Debemos citar al respecto, las guerras y agresiones mutuas, la antropofagia, la sodomía, los incestos, el enterrar mujeres y siervos vivos junto al cacique cuando éste moría, la poligamia, y los cultos idolátricos culpables de los sacrificios humanos que habían alcanzado aspectos de horrores que no narramos por respeto al lector.

 

Mientras redacto esta nota tengo a mi derecha un estupendo libro editado en 1990 del que es autor el historiador peruano Alfonso Klauser y que lleva por título “Tahuantisuyu: el cóndor herido de muerte”. El trabajo asevera que el gobierno de los incas no fue el Imperio idílico que presentan los manuales escolares. Los avances materiales logrados por los Incas con sus ciudades y miles de kilómetros de caminos, no representaron beneficio alguno para los pueblos dominados. El auge incaico solo duró cien años, en los que se produjeron constantes guerras  para sofocar las rebeliones de los pueblos esclavizados…” “El inca Pachacútec degolló a los principales, hizo clavar sus cabezas en picas, y a otros empaló o desolló vivos”… “Las ejecuciones se dieron en masa colgándose a los rebeldes de las murallas”.

 

El tabú anti hispánico también ha sido quebrado por el escritor peruano Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura) cuando escribió… “quienes se indignan por crímenes de conquistadores jamás se han indignado por las crueldades que cometieron los incas contra los chancas, por ejemplo, que están bien documentados, o contra los demás que sojuzgaron, ni contra las atrocidades que cometieron unos contra el otro Huascar y Atahualpa, ni han derramado una lágrima por los miles y cientos de miles, acaso millones de indias e indios sacrificados a sus dioses en bárbaras ceremonias por incas, mayas, aztecas chibchas o toltecas. Sin embargo… todos ellos estarían de acuerdo conmigo en reconocer que no se puede ser selectivo con la indignación moral por lo pasado”…

 

El programa religioso, jurídico y civilizador de las Españas ha sido vilmente desconocido y ocultado por los escribas logistas “al servicio de interesas inconfesables”. Cabe además transcribir otro párrafo del Nobel peruano, recordado por el eminente compatriota Dr. Gastón Barreiro Zorrilla. Así decía: “Antes había denunciado a la ideología, religión laica de nuestro tiempo –que ha causado la confusión intelectual, la perversión del sentido común, de las ideas y de la facultad de razonar –cuyos dogmas, estereotipos, prejuicios, lugares comunes y excomuniones contaminan todavía buena parte de la llamada «intelligentzia» en España e Hispanoamérica. Sobre muchos gravita todavía el temor de ser señalados como retrógrados y privados del virtuoso papel de progresistas…”

 

Todo el sistema Imperial del Reino de Indias dio a América Isabela trescientos años de paz. Durante ésta, se fundan numerosas Universidades donde, blancos indios y mestizos tenían las mismas posibilidades que en Salamanca. La Patria Hispanoamericana nació en esos siglos y NO, doscientos años atrás. La traición de Bonaparte y las guerras que la “seudo historia para el Delfín” (Herrera dixit) llamó de emancipación nos hizo entrar en la órbita inglesa como muy bien señala el compatriota Capitán de Marina Juan José Mazzeo (RE) cuando en uno de sus trabajos escribió: “América marchando dividida y consecuentemente en contra de la globalidad que le habían impreso España y Portugal quedó sujeta a los intereses de potencias extranjeras particularmente anglosajonas por un período de más de cien años…”

 

Hasta aquí la digresión que consideramos necesaria para volver a ubicar nuestra raíces, que no por sabidas, quisimos volver a subrayar con altivez cuando encaramos el trabajo sobre la turbulenta historia de Panamá, el lugar el que debió estar verdadera Anfictionía de América Isabela: UNA GRANDE Y LIBRE. El mismo lema que luciera sobre la cabeza del Águila de San Juan en la bandera gloriosa de la España de la Cruzada de 1936 y que fuera sustituida en 1978 (cuando se impuso la Constitución liberal y centrifuga) por la del “rey felón Juan Carlos I”. El mismo que se hiciera famoso, por su demomasonismo demagógico y sus cacerías de colmillos de elefante, para llevarlos al Palacio de la Zarzuela y ponerlos a los pies de la reina Sofía. Vamos pues por el tema que nos reúne. El istmo de Panamá llega hasta nosotros, con el nombre de un cacique que bautizó la selva tórrida y bullente, sus pantanos, su floresta con colores que producen envidia al arcoíris, con sus serpientes y palmeras cimbreantes. Medio hostil que impone a los hombres audaces que intentan vencerlo. Rodrigo de Bastidas es el primero en descubrirlo y enfrentarlo cuando corría 1501. Darién o Castilla del Oro, apelativo que le dieron los misioneros y los guerreros que vieron pasar en 1513 a Vasco Núñez de Balboa, buscando, con acerada voluntad, el punto de unión de los mares océanos. Estímulo y acicate de exploraciones que, como dice Álvaro de Rebolledo, “fue el deseo de hallar esa ruta imaginaria, la que estimuló las exploraciones marítimas, tanto como la leyenda de “El Dorado” estimulaba las terrestres…” Comunicación de los océanos que en 1520 encontraría Magallanes sobre la base de un viejo mapa perteneciente al cosmógrafo Martín de Beham, según nos dice el “Diario de Antonio Pigafetta”.

  

Si esto fue o no así, lo dejamos para una discusión futura sobe la geografía secreta de América Isabela. Lo históricamente indudable es que Balboa pudo extender la cruz de su espada y el estandarte de Castilla sobre aquella masa de agua que era “su” mar y que llamó “del Sur”. Desde esos primeros años Panamá participó de la historia. Son los tiempos de la Conquista o Pacificación del Perú (Felipe II dixit) en los que el Licenciado, financiador de Francisco de Pizarro informa al César Carlos I sobre la posibilidad de hacer acequias en el río Chagres para hacer de éste una vía navegable. Por ello, firmó el monarca, una Real Cédula en la que se ordenaba que, “personas expertas vieran la forma de abrir dicha tierra y juntar ambos mares”. Obedecer pero no cumplir por impedimento fue tal vez la fórmula jurídica, que jugó aquí, durante tres siglos, sin abrir la tierra, El Chagres se mantuvo durante tres siglos, como la única vía transcontinental navegable. Finalizaba ese extraordinario siglo XVI (1572) cuando estrena su beligerancia en la costa panameña con un saqueo del “Sir” Francis Drake quien morirá en un nuevo ataque pirático a Porto Bello, ciudad panameña que junto con Cartagena de Indias eran los puntos comerciales y militares de la entonces Hispanoamérica Isabela.

 

Este antecedente debemos recordarlo, para comprender el posterior accionar de Albión. Pero corramos unos años en el mágico calendario. La posterior guerra civil conocida como de la emancipación repercutió en Panamá  en noviembre de 1821 año en el que se “integró”, lo había estado durante 3 siglos  al entonces Virreinato de Nueva Granada convertida por Bolívar pomposamente en Gran Colombia. El gran copista caraqueño de Constituciones liberales hizo incorporar a Ecuador y Venezuela pese a la resistencia criolla de los llaneros venezolanos acaudillados por Boves que luchaban denodadamente contra las tropas, “criollas” comandadas por oficiales ingleses. Éstos, como buenos anglicanos servían a don Simón, que estaba muy ocupado destruyendo el Imperio de sus mayores, y en vender a los londinenses al precio de almoneda, las minas de oro y plata del tricentenario Reino de Indias. En 1826 en Panamá como una caricatura de la anfictionía de la antigüedad, Bolívar reúne un Congreso General para la Unidad que con su espada golpeaba. Allí estaba observando, Gran Bretaña la gran enemiga del Reino Uno Grande y Libre. Sus delegados observan y anotan. No de balde luego de Trafalgar, (1805) es la dueña de los mares. A instancias del sabio alemán, Von Humboldt, se habla de canal interoceánico. Pero todo no pasó de conversaciones. Se volvía cumplir la visión de un grande de la historia cuando señaló “Si no queréis hacer nada reunid un congreso”.

 

En diciembre de 1830 moría el aristócrata titulado “Libertador”. En los últimos momentos, repasando su vida, dejó para la posteridad la gran verdad sus actos: “He arado en el mar”. Los Páez, los Santander, los Flores, cual nuevos diadocos continuaron la obra de Simón Bolívar balcanizando el Imperio Indiano fundado por Carlos I y V de Alemania. Como parte de aquel todo despedazado, Panamá sufre guerras y conmociones civiles. Se produjeron varios pronunciamientos militares y luego, en 1840 el intento separatista, por la necesidad de escapar del torbellino caótico de la provincias neogranadinas. Para completar el cuadro del drama que sigue debemos solicitar al lector que nos acompañe a observar, a vuelo de águila, el accionar de Inglaterra con su implacable y  rapaz tenacidad. Veamos rápidamente el siglo XVII. En primer lugar citemos el archipiélago de Santa Catalina compuesto por las islas de Providencia y San Andrés. Los ingleses no tardaron en valorar la importancia estratégica de estas islas, con cayos y bancos que permitía interceptar la ruta de los galeones españoles transportando oro y mercaderías.  Por medio de una colonización emprendida por un grupo de puritanos –la “Society of Merchands and adventures of Providence Islands of Plantation”– se apoderaron del archipiélago fortificando la isla Providencia hasta convertirla en un baluarte casi inexpugnable. Dos expediciones intentaron desde Cartagena de Indias reconquistar las islas. La primera en 1635 que se realizó al mando del gobernador don Nicolás de Yudice. Otra más en 1640 al mando de don Antonio Maldonado y Tejada, pero ambas fracasaron. A estos últimos el gobernador británico les ofreció perdonarles la vida si se entregaban, luego de lo cual lejos de cumplir su promesa el caifás hereje ordenó ejecutarlos sin fórmula de juicio. El asesinato provocó que el Almirante hispano don Francisco Díaz de Pimienta pidiera autorización a la Corona y partió con una expedición de mil hombres desde Cartagena de Indias para derrotar al inglés a cualquier precio. Y triunfó. Esta es la explicación del por qué el archipiélago de Santa  Catalina (Providencia y San Andrés entraron a formar parte de la Indias Occidentales Hispanas en contrate con Jamaica, Granada y Trinidad ya en poder del enemigo del Reino de Indias.

 

Ya vimos los ataques de Drake. Años después las incursiones del Almirante Vernon a Porto Bello y Cartagena de Indias quien estuvo en un triz de hacer de Panamá un territorio inglés. Al finalizar el siglo XVIII el Almirante Nelson fue enviado a posesionarse de Nicaragua y sus lagos, que eran, según el futuro “héroe de Trafalgar”, el “Gibraltar de la América española”. Luego vendrá el cambio de estrategia… En 1825, nos encontramos con el reconocimiento de la independencia de la Gran Colombia a cambio de un ventajoso tratado comercial que bajaba los derechos de aduana para las mercaderías inglesas introducidas al país en barcos británicos. El ministro Mr. Canning declaraba entonces: “El hecho está consumado, el clavo está sacado. Hispanoamérica es libre; y, si nosotros no manejamos mal, es inglesa”. El “entendimiento” anglo-colombino terminó cuando en un incidente fue herido y detenido el cónsul británico. Las consecuencias fueron las velas de la armada inglesa presentándose ante Cartagena y exigiendo con sus cañones una reparación. Ante el convincente argumento, Nueva Granada cedió y el funcionario fue puesto en libertad llevándose una importante cantidad de monedas de plata en sus valijas. Por otra parte, la ocupación de un sector de la costa centroamericana por tropas inglesas para coronar a un indígena como rey de los Misquitos era la primera punta de lanza para generar posesiones y protectorados. Mientras, en coordinada acción las naves de Britania entraban en el Orinoco y en el lejano Río de la Plata donde fueron resistidas por Juan Manuel de Rosas y Manuel Oribe. Corría entonces 1845, ocupando la presidencia de Nueva Granada Tomás Mosquera el cual, ante el temor de un despojo territorial por parte de Gran Bretaña, se lanzó a los brazos de Estados Unidos.

 

Expliquemos el asunto. El “gran pensamiento” (son sus palabras), era llevar a cabo la obra de un ferrocarril interoceánico. A tal efecto, ordenó a los embajadores de Nueva Granada en Francia y Gran Bretaña  que preparasen un Tratado, que garantizara la neutralidad del Istmo y la soberanía del gobierno de Bogotá en aquel territorio. La negativa de los europeos a tal compromiso, llevó al presidente Mosquera a buscar el apoyo y la garantía de los Estados Unidos. Se concretó entonces el tratado Mallarino Bidlak, conocido históricamente como el “Tratado de 1846”. En sus cláusulas se establecían sustanciales ventajas para los comerciales norteamericanos, las que se agregaban a una completa libertad de tránsito A TRAVÉS DE PANAMÁ a cambio de garantizarle a la Nueva Granada colombiana la soberanía del Istmo. El general Mosquera compraba seguridad… con un “salvavidas de plomo”. Ramiro Sánchez guerra en su libro “La Expansión Territorial de los Estados Unidos”, señala: “en consecuencia los Estados Unidos se comprometían a garantizar, los derechos e soberanía y propiedad que Nueva Granada tenía y poseía”. Continúa Sánchez Guerra con esta verdad: “a cambio de la confesión que hacía implícitamente de no sentirse con fuerzas para defender por sí sola su soberanía dentro de sus propios territorios. Nueva Granada cedía a los Estados Unidos, parte de dicha soberanía con la promesa de una garantía de sus derechos sobre Panamá. El tratado fue un grave error de los colombianos. La peor confesión que puede hacer un pueblo frente al extranjero es la de su incapacidad o impotencia para mantener o defender sus derechos. Los hombres de gobierno de Colombia obraron entonces frente a la influencia deprimente del temor. El Tratado no les remedió nada y medio siglo más tarde fue instrumento invocado para imponer a Colombia otra humillación no menos penosa que la de 1846”.

 

Durante 1848, los Estados Unidos estuvieron dedicados a organizar los territorios arrebatados a Méjico luego de una victoriosa campaña militar. Fue entonces que apareció el oro de California. Fiebre brutal que movilizó la pasión y el hedonismo de multitudes. Pero para llegar a esa tierra de fácil riqueza, era necesario atravesar los Estados Unidos, dar la vuelta por el Cabo de Hornos o, en su defecto, la travesía con líneas de vapores a ambos lados del Istmo de Panamá, trasladándose a través de él en carros y en lomos de mula, pasando la noche en infectas posadas. Cambiemos un instante el escenario, llevando nuestros binoculares hacia Nicaragua, El Salvador y la costa de los Misquitos donde reinaba aquel monarca inventado por Inglaterra con los nombres rimbombantes de Roberto Carlos Federico. Todo esto sin olvidar la frontera de Estados Unidos con Canadá.

 

En 1848, Gran Bretaña se había instalado “manu militari” en las bocas del río San Juan en la costa nicaragüense. Casi al mismo tiempo había ocupado la isla del Tigre en la Bahía de Fonseca, con lo que la “Union Jack” cerraba las dos posibles entradas de un canal interoceánico, a realizarse con la facilidad que daban los grandes lagos de Nicaragua. Mientras tanto, en el límite entre Oregón y Canadá se hacía sentir la presencia militar inglesa sobre los Estados Unidos. Las pretensiones de conquista y hegemonía habían puesto frente a frente a John Bull y al Tío Sam. La guerra pareció inevitable, pero el presidente Tyler, no se atrevió a enfrentar a la fuerza inglesa y maniobró diplomáticamente. El resultado fue el acuerdo “Clayton-Bulwer” del 19 de abril de 1850. Por sus cláusulas, las potencias anglosajonas se reservaban con exclusión de otras el control de la América Central. En este sentido, dice el ya citado Sánchez Guerra: “El Tratado “Clayton-Bulwer” era la “Carta Magna” de la independencia y la integridad territorial de las naciones centroamericanas y la garantía que no serían desmembradas como Méjico acababa de serlo, puesto que los dos únicos poderes en condiciones de emprender conquistas en América renunciaban a efectuarlas”. Con respecto a las repercusiones sobre Panamá, dice el historiador colombiano Eduardo Lemaitre: “mientras el Tratado “Clayton-Bulwer” subsistió, la soberanía colombiana en Panamá, se mantuvo relativamente incólume".

 

Apenas el gigante logró zafarse de los grillos que lo tenía maniatado, todo estuvo perdido. Dos años después Panamá sería una república independiente”. Lo de “independiente”, podríamos considerarlo como un eufemismo del historiógrafo citado. Disipado el peligro de guerra y contrabalanceados los poderes, unos contratistas norteamericanos, el ingeniero Tratwin y coronel Totten iniciaron la construcción de un ferrocarril en el Istmo. Desmontar la selva tuvo por costo miles de vidas de trabajadores. Tanto fue así que debajo de cada uno de los travesaños de los rieles, se habló que yacía un cadáver. Tal vez, de allí proviene el nombre de “durmientes” que se le dio a aquellos trozos de madera Guayacán de Cartagena. La obra culminó finalmente en enero de 1855, convirtiéndose en un negocio gigantesco el que, según German Arciniegas, llegó a dar dividendos del 44%. Son los tiempos en los que se generalizaban los barcos, con casco de hierro y hélice. Ahí está el ejemplo del “Golden Gate” que, desplazando 2000 toneladas, logró llevar 250 pasajeros en un periplo de tres semanas de Nueva York a San Francisco, con el correspondiente transbordo en el Istmo. Este acontecimiento fue, en poco tiempo, lo de todos los días. Panamá cambió de tranquila aldea a ciudad donde miles de hombres de paso solo dejaban el vicio y la corrupción. La Nueva Granada colombiana pagaba los platos rotos. Los incidentes se hicieron comunes. El de abril de 1856 cobró inusitada gravedad. El pequeño problema de un vendedor de sandías con un cliente norteamericano provocó 18 muertos y decenas de heridos. Al tener conocimiento del hecho, el gobierno de Estados Unidos envió a un investigador que aconsejó a su gobierno, según nos relata Arciniegas, la ocupación del Istmo de océano a océano, la declaración de ciudades libres de Colón y Panamá y la cesión de los Estados Unidos de las islas de la bahía de Panamá, amén de una fuerte indemnización por los muertos norteamericanos.

 

Colombia, continuamos con Arciniegas, “se vio obligada a firmar un convenio comprometiéndose a pagar 412.000 dólares”. La fiebre del dogma del progreso indefinido, llegó a reflotar la idea de una comunicación entre el Atlántico y el Pacifico. El estruendoso éxito alcanzado con la apertura del Canal de Suez en 1869, era la causa que esta vieja idea viera nuevamente la luz. Para ello se reunió en el París de Napoleón III la Sociedad Geográfica, especie de conferencia de sabios con el fin de estudiar la posibilidad de apertura del Istmo americano. El encargado de realizar las primeras negociaciones con el gobierno de Bogotá fue un miembro de familia imperial francesa llamado Luciano Napoleón Bonaparte Wyse. Llegado a Bogotá y en rápidas gestiones, consiguió del gobierno de Colombia (así se llamó Nueva Granada desde 1863) la concesión para dividir el pedúnculo ístmico. Se formó entonces en París la “Compagnie Universelle du Canal Inter Océanique du Panamá”, a cuya cabeza se ubicó Fernando Lesseps, el hombre de Suez, que, al decir de Víctor Hugo, en ese momento, “asombra al mundo enseñándonos las cosas que pueden hacerse sin guerras”.

 

La obra necesitaba una importante cantidad de dinero, para lo cual fue lanzado un empréstito de 1200 millones de francos oro. El optimismo falló. Todo comenzó con un fracaso al sólo obtenerse 30. ¿Presagio? El entusiasmo y tal vez el romanticismo del famoso anciano Lesseps, no había previsto que debía gastarse en comisiones a los periodistas y a los sindicatos de banqueros. Hubo pues, nuevos lanzamientos en la Bolsa con el permiso que debía votar el Parlamento francés y en el que el ministro de Hacienda Monsieur Baihaut solicitó el “regalo” de 1 millón de francos para firmar promulgando la ley (Nib Novum Sub Sole). Ésta, que promovía una especie de lotería, debía contar inevitablemente con la aprobación del gobierno de París. De ahí la posición del ministro con su chantaje. Se dio, además el caso de diputados con intereses, en una “Sociedad Dinamita” empeñada en vender sus explosivos a la Compañía del Canal. Estos legisladores (como auténticos demócratas) bloqueaban las leyes para continuar sus pingues negociados.

 

Mientras tanto la construcción del Canal avanzaba lenta y penosamente. La idea del ingeniero Lesseps de realizarlo a cielo abierto no estaba dando los resultados soñados. En los finales de la década de 1880 estalló el escándalo de los escándalos que se conoció como “Affaire Panamá”. El agotamiento del empréstito y la desaparición de importantes sumas de dinero hicieron que Francia de dividiera en dos bando que se enfrentaron en las calles, en el Parlamento y la prensa. Por un lado, la izquierda jacobina y republicana con el novelista masón Emil Zola y la derecha monárquica católica acaudillada por Eduardo Drumond ya famoso por su combate a la influencia judía en la vida total de Francia. Su libro la “Francia Judía” conmocionó a los tradicionalistas galos. La tensión fue tal que llegó a pensarse en el estallido de una guerra civil. La presencia de israelitas mezclados en el escándalo Panamá generó una ola de antijudaísmo que corrió como reguero de pólvora. En su camino estallaron situaciones como la del militar Alfredo Dreyfus, un judío nacido en Francia, acusado de prestar servicios de espionaje en favor de Austria-Hungría.

 

Esa acusación y la condena lo llevó a la entonces Guayana francesa en América del Sur. A ello se agregó el caso de las fichas donde aparecían las pruebas de las postergaciones de ascensos de Oficiales de clara posición católica y monárquica. Extrañas muertes como la del Barón Jacobo Reinach “personaje que parecía salido de una novela de Balzac” y la acusación de Levy Crémieux nexo con grupos de editores que llevaron hasta el luego famoso George Clemenceau, entonces diputado, acusándolo como comanditario de Cornelius Hertz de quien se rumoreaba tenía la lista de los legisladores que habían tarifado su voto en “trapicheos parlamentarios”. Más de 840.000 pequeños ahorristas “Bas de laine” engañados. En Panamá, una gran zanja sin terminar, chatarra y miles de muertos por fiebre amarilla. Desastre que sólo pudo ser comparado con un Waterloo y Sedan combinados. Los espantosos acontecimientos comparados con los desastres de los ejércitos galos del siglo XIX condujeron a que Francia dejara la escena libre a los Estados Unidos. Éstos, que continuaban su expansión imperialista tenían en el Capitán Mahan un verdadero profeta de las maniobras amorales. El estratega yanqui decía en esos tiempos: “En el Mar Caribe está la llave de los dos océanos y nuestras principales fronteras marítimas”. Claro concepto de un Caribe considerado como un Mar de uso propio sintiéndose llamados por el “Gran Arquitecto” de los esotéricos a un “Destino Manifiesto”. Idea ésta de neto cuño calvinista seguramente la secta protestante de la época con más influencia judaica. En el planteo de Mahan están esbozadas las ideas sobre la importancia de las bases navales.

 

Estos principios serían básicos en la política yanqui de los años siguientes. Otro personaje que entra en escena en la prosecución de estos objetivos, era “un verdadero profesor de energía”, se llamaba Teddy Roosevelt y por entonces (1898) Ministro de Marina, puesto desde el que había conseguido desatar (con el criminal auto hundimiento del “Maine”) la guerra contra España, la que finalmente derrotada perdió a Cuba, Puerto Rico y Filipinas. La contundente realidad de esos días marcó la retirada de Gran Bretaña, comprometida en la guerra de los Boers, de Sudáfrica “donde no podían con un puñado de pastores holandeses testarudos y audaces”. Fue la gran oportunidad de Norteamérica, que veía el camino expedito para la construcción de “su” canal. ¿Pero dónde se llevaría a cabo el famoso y ansiado paso interoceánico? En 1902 el Congreso norteamericano aprobó una ley que elegía a Nicaragua como lugar apropiado. En este sentido el historiador Flagss Benis en su estudio titulado “La diplomacia norteamericana en América Latina” expresa que “la solución de Nicaragua quedaba descartada si la Compañía francesa en quiebra estuviera dispuesta a vender sus obras en Panamá  en una suma razonable que hiciera inferior el costo total al del canal nicaragüense”.

 

Aparece en aquel “Grand Guignol” alguien del que dice Germán Arciniegas que “tenía algo de mosquetero y negociante, sagaz ambicioso, conversador e intrigante”. Se llamaba Felipe Buneau Varilla, era francés y de profesión ingeniero. Hábil para los negocios, compró a precio muy bajo las acciones de la “Compagnie du Panamá”, las que para negociarlas las llevó a Nueva York. Vinculado con el abogado Nelson Cranwell, desató allí una formidable campaña señalando que Nicaragua era tierra de volcanes y Panamá el territorio perfecto para obras interoceánicas. “Mediante prodigiosos cabildeos políticos personales”, al decir de Flagss Benis, Buneau Varilla impidió que el Senado se comprometiera con Nicaragua y finalmente inclinó a los Estados Unidos hacia Panamá después que su Compañía hubo rebajado su precio de 109 millones a 40 millones de francos oro. El propio Roosevelt, ahora en la Presidencia de Estados Unidos inclinó la decisión en favor de Panamá.

 

Mientras tanto se preparó un Tratado que fue sometido a Bogotá y por el que Bogotá se obligaba a dar en arrendamiento a los yanquis por 100 años renovables solo a voluntad de la otra parte, uso y control de una zona de territorio de 5 kilómetros a ambos lados del Canal que construiría Estados Unidos y donde los norteamericanos podrían excavar construir y realizar operaciones necesarias para la protección de dicha zona. El párrafo anterior que extraemos de García Amador en su obra “El Proceso Internacional Panamericano” nos da una idea de la importante cesión de soberanía que se concedía a los empresarios norteamericanos”. El Senado yanqui aprobó rápidamente el acuerdo pero el legislativo colombiano con dignidad lo rechazó sobre tablas. La indignación del presidente Roosevelt acostumbrado a su Big Stick fue muy fuerte. Así le escribió entonces a su Secretario de Estado: “Hágale usted saber tan fuertemente como le sea posible, al Ministro norteamericano en Bogotá, que debe mostrar a esas despreciables criaturillas hasta donde están comprometiendo las cosas y estorbando nuestro futuro”.

 

Poco después ‒en cita que también extraemos de la “Biografía del Caribe” de Germán Arciniegas‒ decía el presidente norteamericano: “Pienso que sería más provechoso considerar si no sería mejor advertir a esas liebres que por grande que haya sido nuestra paciencia, puede acabarse”. El separatismo de Panamá comenzó a moverse. Buneau-Varilla se entrevistó con Roosevelt en octubre de 1903. Allí se habló de revolución, dejándose caer la palabra como al descuido. Días después, buques de guerra norteamericanos se movieron y flanquearon el istmo colombiano. La orden del Secretario de Marina al comandante de la nave “Nashville”, era terminante: “Impida el desembarco de cualquier fuerza armada”. Los soldados colombianos, fieles a su gobierno, no pudieron actuar al negarse a trasportarlos el ferrocarril norteamericano. Casi al mismo tiempo, el doctor Amador Guerrero, jede de la Junta separatista de Panamá, le comunico al Secretario de Estado Mr. Hay: “Proclamada la independencia del istmo sin derramamiento de sangre. Salvado el tratado del Canal”. La revolución se había consumado. Era el 3 de noviembre de 1903. Buneau-Varilla fue nombrado Ministro Plenipotenciario de la República de Panamá en Washington. Allí se firmaron los documentos que daban a la gran potencia del norte la soberanía de la zona donde cruzaba el canal y el derecho de extender su jurisdicción militar por toda la recién nacida República.

 

El siglo XX fue tormentoso. Muchos los enfrentamientos. Veamos algunos. En 1959, el presidente De la Guardia consiguió que junto a la bandera pirata de las franjas y las estrellas ondeara el pabellón panameño en todos los edificios públicos de la Zona. En enero de 1964, nuevos choques llegaron a producir la ruptura de relaciones diplomáticas entre Panamá y los Estados Unidos. En marzo de ese mismo año, el “The Washington Post” en nota editorial hacía un “mea culpa” de la historia de principios de siglo. Así se expresaba el periódico norteamericano: “el presidente Johnson hará bien en contar a sus compatriotas algunas de estas incómodas verdades que están detrás de nuestros problemas con Panamá. El tratado fue impuesto a Panamá, que desde ese momento, comenzó la agitación para modificar sus términos. Todavía hoy estamos pagando el precio de las maniobras diplomáticas del presidente Teddy Roosevelt. Pero hay ocasiones en que los norteamericanos demuestran una falta de capacidad para mirar una disputa a través de los ojos de la contraparte…” En esa oportunidad el presidente Roberto Chiari se convirtió en portavoz de los nacionalistas, declarando que la reanudación de las relaciones se llevaría bajo tres condiciones: 1) Reconocimiento de la soberanía de Panamá sobre la Zona del canal; 2) revisión del tratado del Canal para lograr una participación del ingreso obtenido por el trafico naviero, y 3) equiparación de panameños y norteamericanos en la Zona.

 

En 1977, el General Omar Torrijos, hombre fuerte de la revolución estallada en 1968, consiguió del Presidente Carter, la devolución de áreas e instalaciones, cerca del 70% de los 1.600 kilómetros del canal y el compromiso que el 31 de diciembre de 1999, Panamá obtendría el control de su territorio. Sin embargo, en 1989, el presidente George Bush ordenó una intervención militar que llamó farisaicamente “causa justa”, que significó el bombardeo de instalaciones y zonas civiles panameñas  con miles de  víctimas. Su objetivo fue capturar al Gral. Manuel Noriega, hombre que había servido a Estados Unidos como agente de la CIA. El atropello sólo puede llamarse amoralidad criminal en cuanto al derecho de gentes. Noriega fue llevado a EEUU donde fue “juzgado” y encarcelado por 10 años. Hechos como el relatado son ya comunes en el accionar de la demo-plutocracia gobernante en EEUU. Las guerras contra Irak pretextando, que Bagdad poseía armas atómicas fueron sólo un jalón más en el camino yanqui. Todo junto al histrionismo de Washington, que coronó con un juicio al estilo Nüremberg montado para asesinar al Presidente Saddam Husein. "La democratie cest l´aine” (la democracia es el odio, decía el inmortal Charles Maurras). Así lo prueban los acontecimientos, no lejanos, que recordamos.

 

Hoy, Panamá está ante una nueva situación. La falsa Paz del presidente Santos de Colombia, con las criminales FARC, sólo contribuirá a que los terroristas narcomarxistas con sus miles de millones de dólares lleguen al poder enancados a la democracia. Sí, amigo lector, no exageramos cuando escribimos que Rousseau y su sistema corruptor es el vehículo de primera para el esclavismo llamado “social comunismo” Y en esto no decimos nada nuevo. Sólo caminamos en la ruta de la Verdad que nos señalara JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA en el discurso fundacional de la Falange  Española con su Voz, vibrante y  profética, que no callará jamás luego de aquella jornada del 29 de octubre de 1933. La referida fórmula del “nefasto Rousseau” que va contra toda lógica elemental, ha contribuido, en pocos años, a instalar un zurdaje (amén de Cuba) en Nicaragua, Bolivia Venezuela. Ecuador, Brasil y en nuestro Estado Oriental en donde la corrupción campea en las jerarquías de la oligarquía marxistoide dominante. El episodio Sendic, que fungía como vicepresidente, en un claro ejemplo. El Darien, utilizado como santuario por el terrorismo colombiano, está siendo visitado por elementos de China Roja que disputan parcelas de poder en las ciudades de Colón y Panamá con ofertas y proyectos de obras. Segura penetración del imperialismo amarillo que ha puesto sus ojos y ambición en Hispanoamérica. ¿Será otra vez el istmo una pieza en el tablero de ajedrez ajeno? Que Dios nos proteja…

 

Pero dejemos aquí la pluma y pongamos punto final a esta reseña histórica que está muy lejos de ser exhaustiva. Temas de la Patria Grande que nos son tan caros a los descendientes de la Loba Romana y el León Español. Estudio que, con orgullo santo, mostramos en  las profundas páginas de Carlos Pereira, Rufino Blanco Fombona, José Vaconcellos, Julio Irazusta, Germán Arciniegas, Luis Alberto de Herrera, Manuel Ugarte, Manuel Gálvez, Carlos Ibarguren, Julio Ycaza Tigerino y en el campo de la literatura José Enrique Rodó y Rubén Darío… Historia de nuestra cultura que, como dijera Unamuno, tiene una intrahistoria la que conociendo, comprenderemos lo que las naciones hispanoamericanas están llamadas a realizar: una comunidad con personalidad propia, y un claro sentido de “UNIDAD DE DESTINO EN LO UNIVERSAL”



Luis Alfredo Andregnettte Capurro

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