jueves, 6 de octubre de 2011

Para el tiempo electoral

LEA A CASTELLANI,
ESTUDIE A MEINVIELLE


            En el caso del hombre —hombre en sentido general, como antes— no queda más remedio que pensar. Sencillamente porque debemos vivir como hombres. Y vivir es elegir, elegir es valorar, y la valoración —implícita o explícitamente— conlleva un juicio o una afirmación.

         Por ello hemos de intentar que no sólo se trate de pensar sino de pensar bien. El tema reviste especial gravedad cuando se trata de nuestro bien y de nuestra felicidad, porque pensar bien es esencialmente acertar en los fines y lo es también disponer convenientemente de los medios. Sabiduría y prudencia, podríamos decir. Pero en gran medida todo en el ambiente que frecuentamos, nos llevan a pensar mal.

          ¿Qué es pensar mal? En el contexto en que lo estamos planteando es pensar desordenadamente, es pensar sin rigor, con flojeras internas en el modo de razonar, sin una lógica respetuosa de las reglas básicas, con falsos presupuestos que vician el silogismo, con falacias de todo tipo. La ideología de turno ha asimilado muy bien el principio clásico de que en el conocimiento lo recibido se recibe a modo de recipiente. Por eso, además de apelar a la prepotencia vulgar y a la insidiosa obsesión de imponer los caprichos a cualquier costo,   también se ha ocupado de una sofisticada publicidad multimedia, de los programas escolares de nivel primario y secundario (sin dejar casi “núcleo temático” por falsear), de organizar los feriados de tal modo que reflejen mayormente el orden pretendido de valoraciones, de los esloganes y repetidos artificios verbales, de las imágenes, de la inducción en los gustos y en los vicios. Nada alcanza para el argentino de bien que está advertido, pero todo suma para el acrítico desprevenido que ha identificado novedad con bondad.

         ¿Cómo se llama ese extraño proceso por el cual frente a la palmaria realidad parece triunfar el desorden ideológico? Se llama subversión culturalInmersos en ella, aún teniendo la evidencia delante de los ojos, si los ojos están enfermos, no hay manera de ver bien.

         De la mano de los maestros, y “llenos de fervor por el año electoral”, quisimos  revisar el legado de Meinvielle y de Castellani, para encontrar un buen antídoto. Van algunos párrafos:

“El sufragio nuestro es en el fondo un fraude a la genuina voluntad popular: es cosa imposible para (…) millones de hombres… el saber quién es el hombre más apto para gobernar la nación. En consecuencia desto, en la Argentina existe políticamente lo siguiente:

1-  Una falsa aristocracia, los politiqueros, en la cúspide de la pirámide, al servicio de la plutocracia, o víctimas de la necesidad ideológica (idiotas útiles) encargada de presentar a las masas dos o tres sujetos como los mejores para regir el país; por uno de quienes ellas deben optar, les guste o no.


2-  Un pueblo atomizado o desgranado, compuesto de un montón de individuos sueltos con una papeleta de voto en la mano que tienen la «obligación» de echarla en una urna con desoladora y dispendiosa frecuencia, sin saber siquiera si se la van a respetar; al cual llaman irrisoriamente «el soberano»”.
Lugones, año 1963. Hasta aquí el querido Padre Castellani.

         Pero también el P. Julio Meinvielle nos ha dejado un esquemático cuadro de situación política . Cotéjese su Concepción Católica de la Política, del año 1974.

“Nada más deplorable, en cambio, y opuesto al bien común de la nación, que la representación a base del sufragio universal. Porque el sufragio universal es injusto, incompetente, corruptor. Injusto, pues niega por su naturaleza la estructuración de la nación en unidades sociales (familia, taller, corporación); organiza numéricamente hechos vitales humanos que se substraen a la ley del número; se funda en la igualdad de los derechos cuando la ley natural impone derechos desiguales”.

            “Incompetente, por parte del elector, pues este con su voto resuelve los más trascendentales y difíciles problemas religiosos, políticos, educacionales, económicos. De parte de los ungidos (la palabra no la agregamos nosotros, es ironía del propio cura) con veredicto popular, porque se les da carta blanca para tratar y resolver todos los problemas posibles y en segundo lugar, porque tienen que ser elegidos, de ordinario, los más hábiles para seducir a las masas, o sea los más incapaces intelectual y moralmente” “Corruptor, porque crea los partidos políticos con sus secuelas de comités, esto es, oficinas de explotación del voto; donde, como es de imaginar, el voto se oferta el mejor postor, quien no puede ser sino el más corruptor y el más corrompido. Además, como las masas no pueden votar por lo que no conocen, el sufragio universal demanda el montaje de poderosas máquinas de propaganda con sus ingentes gastos. A nadie se le oculta que a costa del erario público se contraen compromisos y se realiza la propaganda”.

           ¿Y después nos preguntan porqué somos católicos y nacionalistas? No tenemos las poses ensayadas, no conocemos de estrategias publicitarias, no nos especializamos en encuestas, no tenemos asesor de imagen, y en realidad, en política no nos interesan las estadísticas. Pero creemos en el lenguaje cortante de las palabras esenciales, anhelamos la virtud y el gesto heroico, y seguiremos prefiriendo los cien pájaros en vuelo.

Sin demoras, hay que pensar la Patria, Dios dirá el día —y ojalá nos encuentre en guardia— en que dejaremos atrás la pesadilla y saldremos a conquistar el nuevo amanecer.

 Jordán Abud
   

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