domingo, 8 de mayo de 2011

Domingo del Buen Pastor

LA VOCACIÓN SACERDOTAL
O RELIGIOSA
   
   
Es un tema no solamente importante sino también siempre de actualidad. Se trata del plan de Amor de Dios no solamente sobre tal o cual joven llamado por Nuestro Señor, sino también sobre muchas almas, todas las que se santificarán y se salvarán por medio de un futuro sacerdote, o de un futuro religioso o religiosa. Lo mejor para hablar del llamamiento de Nuestro Señor es abrir el Santo Evangelio y ver, meditar un poco sobre las elecciones que hizo Jesús entre sus discípulos para que lo sigan: Él tenía tres clases de discípulos:
   
• El gran número de los simpatizantes que lo oían predicar, son los cinco mil que Nuestro Señor alimentó milagrosamente con algunos panes y pececitos, son los que lo aclamaron cuando entró en Jerusalén, son los innumerables enfermos que fueron curados por Él.
   
• También, menos numerosos, pero más unidos con Nuestro Señor, son los setenta y dos discípulos de que habla San Lucas, son los quinientos discípulos que vieron a Jesús resucitado, son los 120 presentes en el Cenáculo después de la Ascensión.
   
• En fin, algunos fueron personalmente designados por Jesús para que lo sigan. Sabemos de uno, un joven rico, que fue llamado por Él, pero que no quiso seguirlo. Era bueno, practicaba los mandamientos, pero cuando Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme”, desgraciadamente, “al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes”. Y no siguió a Nuestro Señor. Quizás habría sido un gran apóstol, habría salvado a muchas almas…
   
Otros respondieron al llamamiento de Jesús. Fue el mismo pedido: “Sígueme”. “Vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y le siguió. Vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él”.
   
Lo más impresionante en estas narraciones, es la rapidez y el aspecto radical de la respuesta al llamamiento de Nuestro Señor. Sin ninguna objeción, duda, plazo, lo siguieron, dejando plata, redes y familia. Es que Jesús, al mismo tiempo que los llamó, puso en sus corazones una inmensa convicción, que nada podía hacer temblar: “Nunca tendrás un ideal, una razón de vivir, una razón de morir, Alguien como Yo, el Amor crucificado, la Verdad eterna, la Misericordia infinita, Yo, Jesucristo, tu Dios, tu Salvador, tu Amigo; ¿Quieres ayudarme en la salvación eterna de los pobres pecadores, quieres sacrificarte conmigo para revelar a este mundo, helado por el pecado, el fuego de mi Caridad que vine a encender y difundir en toda la tierra? ¿Quieres conocerme y amarme mejor, quieres imitarme? Entonces, sígueme”.
   
El fin de la vocación sacerdotal o religiosa es uno solo. No hay que mezclarlo con otros motivos, incluso buenos, pero no esenciales a la vocación: deseos de silencio, de estudio de la religión, de ayuda al prójimo, de una función honorable, etc. ¡No! El fin de la vocación es conocer, amar e imitar a Nuestro Señor Jesucristo. Es un camino diferente del camino de cualquier bautizado, es vivir exclusivamente por, con y como Nuestro Señor. El motor, la pasión, el fuego de la vocación es la Persona del Dios hecho hombre, es la Persona de Jesús. No hay otro “para que”. Ya esté investido de una función importante, ya sea un sacerdote aparentemente casi inútil, un misionero en Japón o párroco en su propia ciudad, ya sea vicario, capellán o canónico, ya sea Superiora, cocinera, catequista, o la última de las hermanas, enferma o con salud, lo que importa es que sigan a Nuestro Selir: aquí está la esencia de la vocación sacerdotal y religiosa y la explicación de la vida de los Apóstoles, y de santas mujeres como la activa Marta y la contemplativa María Magdalena.
   
Por supuesto, hay dos condiciones para la vocación: Ciencia y virtud suficientes. Pero estas condiciones confirman la vocación, no son señales en sí de vocación: Muchas personas son más santas, más inteligentes que varios aspirantes al sacerdocio o a la vida religiosa, por ejemplo los padres de santa Teresita o tal profesor de Universidad, y no por eso Jesús los llama. El deseo, la intención recta de seguir el ejemplo de Nuestro Señor son señales ya más claras, sobre todo si este deseo se manifiesta en los hechos, en las pruebas. Pero hace falta también un último criterio: el llamamiento del obispo, el juicio del superior eclesiástico o religioso. Por eso, antes de todo, es menester pedir consejo a un sacerdote.
   
El seminario no es una especie de universidad o de cuartel, o un lugar de descanso para una pandilla de amigos, una escuela de funcionarios, un refugio tranquilo para los timoratos y los coleccionadores de libros, es la vida de oración y de formación que tuvieron los Apóstoles con Nuestro Señor durante su vida pública y después de la resurrección. Conocer, amar, imitar a Jesús, Sacerdote y Víctima, tal es el programa del seminarista. Para las jóvenes, también hay noviciados, donde aprenden a seguir a Nuestro Señor en el camino de Esposa de Jesús y madre de las almas, camino que siguieron María Magdalena y Marta en Betania y en regiones lejanas.
   
Seguir a Nuestro Señor Jesucristo: Así se ilumina y se consuma toda la vida del sacerdote: Cuando sube al altar, sube al calvario para ofrecer Jesús Víctima y ofrecerse con Él; cuando reza el santo breviario, su intención de oración es la misma de Nuestro Señor; cuando absuelve un penitente, asiste a un enfermo, a un agonizante, les trae la Misericordia del Corazón de Jesús. Así sigue a Nuestro Señor y, más aun, se identifica con Él, porque el sacerdote no dice: “Esto es el Cuerpo de Jesús”, o “que Jesús te absuelva”, dice: “Esto es mi Cuerpo, el cáliz de mi Sangre, Yo te absuelvo tus pecados”. ¡Qué Misterio, y qué grande es el ideal sacerdotal, qué bien puede hacer el sacerdote, ya que es otro Cristo! Dijo Jesús: “Quien os recibe, quien os escucha, a Mí me recibe y me escucha; porque como mi Padre me envió, yo os envío”…
   
Como dice El Santo Cura de Ars, “el sacerdocio es el Amor del Sagrado Corazón de Jesús”, que continúa enseñando las verdades divinas, difundiendo en la almas la gracia de Dios, y ofreciendo la oración cotidiana de su breviario, que es la oración de Cristo en su Iglesia.
   
Imaginemos que Jesús no hubiese dicho a sus Apóstoles: “Venid y seguidme”, “Haced esto en memoria de mí”, “Recibid el poder de perdonar los pecados”, “Id y enseñad a todas la naciones”… ¡Qué consecuencias para millones de almas! ¡Toda la Obra de la Redención habría sido estéril en el tiempo y en el espacio, ninguna comunión, ninguna absolución! La Cruz de Nuestro Señor abrió las puertas del Cielo pero ningún alma podría atravesarlas, ¡cosa terrible!
   
La vida del hombre no se puede concebir sin la presencia del sacerdote; él nos acompaña desde el nacimiento hasta la muerte; él bautizó nuestra alma, la purifica en el sacramento de la penitencia, la alimenta con la Sagrada Hostia, la ilumina con el catecismo y lo hace cada Domingo por el sermón; él celebra el Santo Sacrificio de la Misa que tanto necesitamos, él da la bendición a los esposos, él guía por sus consejos, todos los días reza por sus ovejas, y estará presente cerca de ustedes en el momento de su agonía y de su muerte.
   
¿Quien puede decir: yo nunca necesité de un sacerdote? Nadie.
   
Entonces, ¡recemos por las vocaciones, para que las gracias del Corazón de Jesús se difundan en las almas y no falten en las generaciones futuras!
   
¿Cuántas almas en estado de pecado mortal, hoy, necesitan un sacerdote?
   
Tener la vocación es cosa maravillosa, no es cosa rara, extraña, como “atrapar una enfermedad”, o reservada para personas un “poco anormales y feas, que no podían casar”, ¡por favor! Es una cosa normalísima que Dios quiere, comunicando para su futuro sacerdote las condiciones suficientes y necesarias para cumplir su misión, como ya fue dicho: una intención recta, unas capacidades intelectuales y morales (que no son —gracias a Dios— las de un genio y de, todavía, un santo) y el llamamiento del obispo en el día de la ordenación.
   
Recemos por los seminaristas, para que sean ardientemente fieles a su vocación. Pidamos también muchas y santas vocaciones sacerdotales y religiosas, numerosos y dignos continuadores de la misión de Nuestro Señor Jesucristo, por la intercesión de Nuestra Señora.
   

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es crucial precisar el verdadero problema, y éste se llama la Cuestión Judía . Si no se entiende dicha cuestión, se pagan las consecuencias. Ahí está de prueba toda la Iglesia actual.

1º Si entendemos Judío como religión, entendemos que los actuales hijos del pueblo de Israel ya no son judíos, sino cristianos (fueron los primeros evangelizados) o kabalistas-satánicos, o en su mayoría “ateos”, muy cercanos a los kabalistas.

2º Si aceptamos Judío como raza es algo confuso, luego de la Diáspora una gran cantidad de ellos se mezclaron gradualmente con los pueblos que los recibían; hay azquenazis -mezclados con arios como Wojtyla-, existen los cházaros de Asia central como Lenin, los árabes bene-israeles y “palestinos” (de ahí los actuales “príncipes” de los pueblos árabes como el Rey Fahd, Noir de Jordania, etcétera). También están los israelitas chinos (Tiaojiaojin) como las tres famosas hermanas Song, esposas y amantes de los más ricos y poderosos de China comunista y nacionalista: Sun Yat-Sen, Mao Tse-Tung, H. H. Kung y el generalísimo Chiang Kai-Shek. (1). Hay judíos-negros como Mandela, Sammy Davis, Paula Abdul, Leni Kravitz y muchos más.

Sin embargo, y a pesar de las graduales mezclas, los hebreos siempre conservaron la línea materna como la transmisora de su milenaria misión, por eso la famosa ley del “vientre judío”.

La madre hebrea casi siempre se ocupó de formar a sus hijos en su “sagrada herencia”, abiertamente o aún en secreto, como sucedió hace miles de años a Moisés, quien siendo un príncipe egipcio, era formado en secreto como judío por su propia madre quien se hacía pasar por institutriz. La diferencia es que en aquel tiempo fue por la fidelidad a la promesa del Mesías, ahora es por la traición a dicha promesa.

Ante la extinción del Judaísmo como fe, esa mezcla de pueblos conserva solamente la parte carnal y su odio a la Fe.

3º Al llamarlos Hebreos, solamente los precisamos en cuanto a pueblo o nación dentro de otros pueblos y naciones. Tienen la ascendencia sanguínea pero realmente abandonaron el Judaísmo porque dejó de tener su razón verdadera, la Esperanza en el verdadero Mesías.
Ahora a los hebreos los une la misión que ocultan a los ojos del mundo: el mesianismo kabalista expresado con toda claridad por ellos en sus oraciones diarias:

“Cuando llegue el mesías…”.

¿A quién se refieren con “mesías”?, la respuesta quizá más notoria la da Nuestra Señora la Santísima Virgen María en La Sallete:

“Durante este tiempo nacerá el Anticristo, de una religiosa HEBREA, de una falsa Virgen, que tendrá comunicación con la antigua serpiente, maestra de impureza. Su padre será Obispo. Al nacer vomitará blasfemias…”.

(1) http://www.resist.com/updates/2010/OCT_10/NAV-20101010.html y http://es.wikipedia.org/wiki/Jud%C3%ADos_de_Kaifeng

Flavio Mateos dijo...

Estimado: Me pregunto porqué se omite el nombre del autor de esta preciosa homilía, que es el R. P. Bertrand Labouche, de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. No quisiera pensar que es inconveniente políticamente el mencionarlo. Prefiero pensar que se trata de un error. Aunque los lectores tienen derecho a saber quiénes son los sacerdotes que hablan como Dios manda, en este caso, uno de la FSSPX.

Saludos

Flavio Mateos

Observador dijo...

La afirmación de que Cristo, su Madre, los apóstoles y muchos discípulos eran judíos, hace creer a los judaizantes del Concilio Vaticano II y sus patronos judíos que se trata de una posición inatacable, mas es sólo vana ilusión: Cristo no es judío sino Dios porque tiene la doble naturaleza, pero sólo una persona divina. Caracterizarlo como “el judío Jesús” es una blasfemia propia de la herejía ebionita judaizante. El filósofo y judío observante Emmanuel Lévinas, maestro de los teólogos postconciliares, niega de plano el judaísmo de Jesús: “No podemos reconocer un hijo que no es nuestro”. Otro tanto hay que decir de la Virgen María, que es la Madre de Dios y no la “Hija de Sión” progenitora de un judío. Los apóstoles y primeros discípulos eran sí mayoritariamente judíos, pero se quiere olvidar que, mediante un milagro de Espíritu Santo, renacieron en Pentecostés perdiendo enteramente su mentalidad judía y se convirtieron en heraldos y mártires de la religión del Dios Invicto, asesinado precisamente por encarnar la negación más absoluta del judaísmo, al que venció con su Resurrección. Los apóstoles y discípulos fueron perseguidos sangrientamente en todas partes por los deicidas, en forma directa (cuyo ejemplo más acabado es el brutal asesinato del promártir Esteban) o indirecta merced a su poderoso influjo sobre las autoridades del Imperio Romano.

No hay religión más diametralmente contraria al judaísmo que el cristianismo –nombre éste que nació justamente por oposición a él-, como lo demuestra el hecho de que ha sido rechazada desde el principio por los judíos y aceptada de inmediato por los gentiles, de ahí que puede decirse con entera propiedad que es la religión de los no-judíos, “el evangelio de la incircuncisión” (Gál 2, 7).
Por eso, los Padres de la Iglesia denominaron a ésta Ecclesia ex gentilibus. (La catolicidad del cristianismo –a diferencia del judaísmo- es la prueba irrefutable de su divinidad, ya que uno de los requisitos básicos de la verdad es su universalidad). No es casual que en la historia de las religiones el único Dios auténtico, Cristo, es también el único Dios asesinado por los judíos. El odio inextinguible de éstos contra Él y sus fieles, en todo tiempo y lugar es, para terminar, el argumento que pulveriza todos los sofismas judaizantes de Nostra Aetate.

Finalmente, nada más adecuado para ilustrar el cambio total que se ha operado en la Iglesia Romana que lo sucedido con la plegaria Pro perfidis Iudaeis. Su antiquísimo texto es el siguiente:

“Oremos también por los pérfidos judíos, para que Dios Nuestro Señor quite el velo de sus corazones, a fin de que reconozcan con nosotros a Jesucristo Nuestro Señor.

¡Oh, Dios omnipotente y eterno! que no excluyes de tu misericordia a los pérfidos judíos; oye las plegarias que te hacemos por la obcecación de aquel pueblo; para que, reconociendo la luz de tu verdad, que es Cristo, salgan de sus tinieblas. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.”