domingo, 20 de marzo de 2011

Espiritualidad

NORMAS PARA EL TRATO CON LOS MALOS
      
La mezcla de la cizaña y del trigo nos obliga a estudiar nuestra conducta para con los malos. Entender las razones por las que Dios permite su existencia, es cosa que se nos escapa. Pero, en cambio, podemos observar e imitar cuáles son las normas de la conducta divina para con los pecadores.
      
Dios convive con ellos sólo por la necesidad de su ser, y nosotros debemos tratarlos sólo por la necesidad de nuestro estado. Dios, de su presencia con los pecadores, saca dos bienes, a saber, su propia gloria y la conversión del pecador, que no deja de procurar. Nosotros hemos de obtener algún provecho espiritual nuestro y a la vez beneficiarlos.
      
Dios, presente al pecador por la necesidad de su ser
          
En la Sagrada Escritura vemos unas veces a Dios presente ante el pecador, donde quiera que trate de refugiarse. Otras aparece avergonzándose de haberlo creado y apartándose de él. ¿Cómo unir ambas verdades?
      
El problema resulta sencillo. La necesidad del Ser divino lo obliga a estar presente con los malos, porque, supuesta la creación y el orden de la Providencia, Dios no puede dispensarse de ciertas obligaciones que Él mismo se impuso. Su sabiduría, por ejemplo, le impone la necesidad de gobernar y dirigir prudentemente al mundo, incluso a los pecadores. Pero junto a estas obligaciones generales está el corazón de Dios, y, si pudiéramos entrar dentro de Él, veríamos cómo le repugna el hombre en pecado.
      
Apenas caído el hombre, Dios rompe con él todas las alianzas y lo hace objeto de su odio. Los teólogos, al estudiar esta repugnancia de Dios respecto del pecador, coligen que, si pudiera prescindir del atributo de su inmensidad, todavía seguiría presente a los hombres, pero sólo a los justos, de lo cual San Juan Crisóstomo deduce una idea brillantísima: que la inmensidad, condición nobilísima de Dios, no deja de serle en cierto modo onerosa. Pues bien éste es el ejemplo que se nos da.
      
En primer lugar, debemos tolerar a los malos, pues Dios y los buenos nos han tolerado a nosotros cuando lo fuimos; pero subrayando bien con San Agustín la palabra tolerar, que no consiste en complacernos, sino en soportar con caridad.
      
En segundo término, debemos pensar que Dios no sólo nos permite convivir con los pecadores, sino que nos lo requiere, pues nos ha colocado en un estado que lo exige. Lo contrario nos obligaría a salir de este mundo (I Corintios, 5, 10). Un padre, por ejemplo, debería apartarse de sus hijos licenciosos, y la esposa romper con su marido por la misma causa. Esto es lo que llamamos necesidad del estado, y se corresponde con la necesidad del Ser divino.
      
Motivos para evitar otro trato
            
Pero, fuera de este caso, nunca debemos mantener relaciones frecuentes y mundanas con los malos sólo por complacemos.
      
a) El mandato divino. Ello quebrantaría los mandatos de Dios. En nombre de Nuestro Señor Jesucristo, decía San Pablo, os mandamos apartaros de todo hermano que vive desordenadamente (II Tesalonicenses, 3, 6). David lo convertía en asunto de conciencia: No me siento con los falaces…, aborrezco el consorcio de los malignos (Salmo, 25, 4-5).
      
Debemos mirar a los paganos y a los herejes con horror tan santo como el que Dios inspiró a su pueblo hacia ellos. Quizá hubiera convenido políticamente que los judíos trataran a los pueblos de Canaán y contrajeran matrimonios ventajosos con extranjeras. Sin embargo, les fue rigurosamente vedado. Al sectario… evítalo, manda San Pablo.
      
Y si no fuere pagano ni hereje, sino vicioso, oíd al Apóstol: Lo que os digo es que no os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano, sea adúltero, avaro…; con éstos ni comer (I Corintios, 5, 11).
      
Un bello pensamiento de Guillermo de París nos dice que Dios quiere que, al separarnos de los impíos, nos adelantemos a lo que Él piensa hacer en el juicio, pues su deseo es diferenciar a unos de los otros.
      
b) Es conveniente para la santificación social e individual. Cuando Dios manda matar al sacrilego Acán, dice que santifiquen al pueblo (los. 7,13). Parece como si el separarse de los malos equivaliese a un sacramento de expiación, y, en efecto, a veces no es necesaria otra cosa para santificar una familia, comunidad o corte, porque un ateo en esta última pervierte más gente que un demonio, y una mujer licenciosa contagia a más personas de las que pudieron ser inficionadas por los filósofos del libertinaje. Ésta es la explicación que da Santo Tomás de la excomunión, con la cual, según él, la Iglesia busca dos fines, castigar al culpable y preservar al inocente, separando a aquél de la comunicación con los buenos.
      
c) El honor de Dios. El menosprecio de Dios que supone la amistad con los malos constituye otra razón. ¿Qué juicio se formaría del hijo unido con corazón y afecto a los enemigos que intentaran mancillar el honor de su padre? Leed, como prueba, la severa reprensión de que fue objeto el piadoso Josafat, rey de Judá, por su amistad con Acab. Dice la Escritura que se hizo digno de la ira divina por socorrer al impío y ayudar a los que aborrecen al Señor (II Paralipómenos 19, 2): “Excusaron a Josafat sus buenas obras y la rectitud de su fe. Pero vosotros ¿qué podéis alegar? ¿No es un escándalo veros todos los días acompañados de las personas más sospechosas del pueblo, en reuniones donde parece que el pudor ha sido desterrado… y donde no se observa regla alguna de decencia y modestia?”
      
Peligro contrario de corrupción
             
Por una parte, escandalizáis, y por otra, no es posible que en medio de tal comercio conservéis un corazón puro, por mucho que me lo queráis decir. Si tal presunción fuera cierta, no hubieran hablado con tal rigor los profetas y los santos. Ellos mismos, mucho mejor preparados que tú, huyeron de la posible corrupción, como Ezequiel. ¿Qué temeridad es, pues, la vuestra al arriesgar mucho más que lo que otros, más fuertes que vosotros, no osaron comprometer? ¿Por qué creéis que Dios deseó conservar aislados a los hebreos? Se mezclaron con las gentes y adoptaron sus costumbres, dijo David (Salmo, 105, 35). Por este mismo motivo la Iglesia ha prohibido los matrimonios mixtos, y hasta disuelve el vínculo conyugal cuando uno de los esposos se convierte de la infidelidad y el otro ofrece algún peligro. Al principio repugnará algo la conducta de los enemigos, pero poco a poco la costumbre los hará juzgar normal lo que antes parecía perverso. Un paso más y serán iguales.
Resulta preferible tratar a un pagano que a un pervertido. La causa de tanta disolución en la juventud, tanto desorden en los matrimonios, tanta impiedad en la corte e incluso tanto pecado entre los ministros del altar, es el influjo del mal ejemplo tolerado y hasta sonreído.
      
Fines de la presencia de Dios en los pecadores      
a) Su gloria. Dios no podría tolerar el pecado si no redundara de alguna forma en gloria suya. Tal es la ciencia divina, que hasta parece superior a su omnipotencia, porque ésta crea bienes y aquélla sabe utilizar el mal para conseguir un bien; y como el pecador hace uso de las criaturas buenas para el mal, Dios sabe usar del pecador para lo contrario.
      
Aprovechémonos también nosotros del malo en su trato útil. Por mucho que lo fuere, siempre nos servirá para ejercitar la paciencia, la caridad, la mortificación y la humildad, y para sujetar la ira. ¡Cuánta materia de santificación existe en el trato con los impíos si sabemos aprovecharnos!…
      
Cuando en el tribunal de la penitencia un hombre de mundo se me queja de su condición social, como si con ello quisiera justificar sus extravíos; cuando una mujer llora al decirme que vive sometida a un hombre sin religión, no me lamento en esos casos de una situación que ellos llaman infeliz, y en la que Dios los ha puesto, sino del mal uso que hacen de ella. ¿No es digna de compasión la mujer que padece las incomodidades de una compañía molesta y no sabe aprovecharse del mérito posible?
      
Me dirás: Si yo estuviera en otro estado me santificaría más… No es cierto. Ese es el que Dios te ha deparado y en el que te ayuda. Imposible resistir tanto mal ejemplo… ¡Tampoco! Imposible es si te arrojas en él voluntariamente, pero no si lo utilizas para cumplir las obligaciones de tu estado.
      
El colmo del impío es que en la tierra del bien él hace el mal. La más aquilatada santidad viene a ser la del bueno en medio de los malos. Se asemeja a la de Moisés, que en la corte de Faraón no perdió a Dios nunca de vista, y a la de San Luis, presente siempre ante Él, en medio de las batallas o de las pompas humanas.
      
Abrazaos con Dios en medio de vuestra vida, y os dirá: Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas (San Lucas, 22, 28).
      
b) La conversión del pecador. ¿Hubierais creído que el pecador puede serviros para vuestra santificación? Pues os diré más: vosotros podéis serle útiles para lo mismo.
      
Daniel contempló en visión una donosa disputa entre el ángel de los judíos, que deseaba salieran éstos cuanto antes de Babilonia para que no se corrompieran, y el de los persas, que pedía continuasen allí para santificar a los dominadores con su ejemplo. Es que Dios con su presencia busca la conversión de aquellos mismos a quienes como a pecadores odia, y nosotros debemos obrar a semejanza suya.
      
Monseñor Ángel Herrera Oría
(Tomado de su libro “Verbum Vitæ. La palabra de Cristo”)
                   

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