viernes, 7 de agosto de 2009

Vidas ejemplares


¡QUÉ SUERTE VIVIR CON DIOS!
LA PALABRA DEL CURA DE ARS
(en el año dedicado a honrar su memoria)

La revolución francesa estalló en 1789. En 1791 entró en vigor la Constitución civil en la comarca de Lyon, pero en 1793 esa ciudad se alzó contra la Convención, levantamiento que llevó a las tropas de la República Francesa a asediar la ciudad de Lyon durante dos meses. La represión fue terrible, la guillotina funcionó sin cesar; la sangre corría y llegaron a morir alrededor de veinte mil lyoneses. El ejército de la Convención pasó sin cesar por Dardilly, pueblecito a las afueras de Lyon, donde el niño Juan María Vianney vivía ese clima de terror a sus siete años.

La Convención exigió a los sacerdotes que jurasen la nueva Constitución, separándose de la Iglesia Católica. Los sacerdotes que no juraban, eran encarcelados y ejecutados en veinticuatro horas; para evitarlo, se ocultaban y escondían; quien delataba o descubría a un sacerdote no juramentado recibía cien libras de recompensa. En la casa de los Vianney se refugiaron muchos sacerdotes. El cura de Dardilly prestó juramento, pero en 1794 la persecución religiosa se endureció y la iglesia del pueblo fue cerrada.

Los cristianos vivían su fe en la clandestinidad. Juan María hizo su primera confesión con uno de los sacerdotes escondidos. Sus pares lo enviaron a Ecully —a seis kilómetros— a prepararse para la primera comunión con unas monjitas que, en secreto, enseñaban a los niños. A los trece años recibió la primera comunión con otros catorce niños a escondidas: en la ventana pusieron una carreta cargada de heno para que pudiera ocultarlos. Les dio la comunión el sacerdote Groboz, que iba de aldea en aldea, jugándose la vida, impartiendo los sacramentos.

Con toda esta experiencia, Juan María vio el mundo dividido en dos: el bien y el mal, la fuerza del bien y la fuerza del mal. Vio personas que hacían el bien, y personas que hacían el mal. Las primeras creaban y transmitían felicidad, amor, paz… Las segundas, lo contrario.

Tuvo la clara visión de que la bondad está en Dios y en quien vive con Dios; su bondad lo llevó a desear, para él y para todos, el vivir con Dios; deseó que todos aceptaran que Dios los ama, que todos fueran buenos cristianos, que todos cuidasen la buena vida del alma.

Vivir con Dios o vivir para el mundo: esa es la elección. Y… ¡qué suerte vivir con Dios!

LO QUE DIJO E HIZO

“El hombre es terrestre y animal; sólo el Espíritu Santo puede elevar su alma y llevarla hacia lo alto. ¿Por qué los santos estaban tan despegados de la tierra? Porque se dejaban conducir por el Espíritu Santo. Los que son conducidos por el Espíritu Santo tienen ideas justas. Por eso hay tantos ignorantes que saben más que los sabios. Cuando se es conducido por un Dios de fuerza y de luz, no hay equivocación. Como las lentes que aumentan los objetos, el Espíritu Santo nos hace ver el bien y el mal en grande. Con el Espíritu Santo todo se ve en grande: se ve la grandeza de las menores acciones hechas por Dios y la grandeza de las menores faltas. Como un relojero con sus lentes distingue los más pequeños engranajes de un reloj, con las luces del Espíritu Santo distinguimos todos los detalles de nuestra pobre vida. Entonces las más pequeñas imperfecciones se agrandan, y los pecados más leves dan pavor”.

Aconsejaba comenzar todos los días haciendo un sencillo ofrecimiento de todo el día a Dios: “Hay que actuar por Dios, poner nuestras obras en sus manos. Hay que decir al despertarse: Quiero trabajar por Ti, Dios mío. ¡Me someteré a todo lo que me envíes! Me ofreceré en sacrificio. Pero, Señor, no puedo hacer nada sin Ti, ¡ayúdame! Oh, en el momento de la muerte nos arrepentiremos del tiempo que hemos dado a los placeres, a las conversaciones inútiles, al reposo, en vez de haberlo empleado a la mortificación, al rezo, a las buenas obras, a pensar en la miseria, a llorar los propios pecados. ¡Entonces veremos que no hemos hecho nada por el cielo! Hijos míos, ¡qué triste sería llegar a esa situación!”

“Los que tienen el Espíritu Santo no pueden sentirse complacidos con ellos mismos, porque conocen su pobre miseria. Los orgullosos son los que no tienen Espíritu Santo. Las gentes mundanas no tienen al Espíritu Santo; o, si lo tienen, no es más que de paso; Él no se detiene en ellos. El ruido del mundo lo hace marcharse”.

Para llevar una buena vida cristiana, nunca es tarde: sea cual fuese nuestro pasado, nuestra edad, nuestros defectos…: “Los santos, no todos han empezado bien, pero todos han sabido terminar bien. Si hemos empezado mal, procuremos terminar bien e iremos al cielo junto con ellos”.

“La gente dice que es demasiado difícil alcanzar la salvación. No hay, sin embargo, nada más fácil: observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, y evitar los siete pecados capitales; es decir, hacer el bien y evitar el mal; ¡no hay más que eso!”

“Los buenos cristianos que trabajan en salvar su alma esán siempre felices y contentos; gozan por adelantado de la felicidad del cielo; serán felices toda la eternidad. Mientras que los malos cristianos que se condenan siempre se quejan, murmuran, están tristes… y lo estarán toda la eternidad. Un buen cristiano, avaro del cielo, hace poco caso de los bienes de la tierra; sólo piensa en embellecer su alma, en obtener lo que debe contentarlo siempre, lo que debe durar siempre. Ved a los reyes, los emperadores, los grandes de la tierra: son muy ricos; ¿están contentos? Si aman al Buen Dios, sí; si no, no lo estarán. Nada da tanta pena como los ricos cuando no aman al Buen Dios. Puedes ir de mundo en mundo, de reino en reino, de riqueza en riqueza, de placer en placer; pero no encontrarás tu felicidad. La tierra entera no puede contentar a un alma inmortal, como una pizca de harina en la boca no puede saciar a un hambriento”.

“El ojo del mundano no ve más lejos que la vida. El ojo del cristiano ve hasta el fondo de la eternidad. Para el hombre que se deja conducir por el Espíritu Santo parece que no hay mundo; para el mundo, parece que no hay Dios. Los que se dejan conducir por el Espíritu Santo sienten toda clase de felicidad dentro de ellos mismos; mientras que los malos cristianos ruedan sobre espinas y piedras. Un alma que tiene al Espíritu Santo no se aburre nunca de la presencia de Dios: pues de su corazón sale una transpiración de amor”.

“El corazón se dilata, se baña en amor divino. El pez no se queja nunca de tener mucha agua: el buen cristiano no se queja nunca por estar mucho tiempo con Dios. Hay quienes encuentran la religión aburrida, es porque no tienen al Espíritu Santo”.

“Si preguntáramos a los condenados: ¿Por qué estáis en el infierno?, responderían: Por haber resistido al Espíritu Santo. Si dijéramos a los Santos: ¿Por qué estáis en el cielo?, responderían: Por haber escuchado al Espíritu Santo”.

“El Buen Dios, enviándonos el Espíritu Santo, ha hecho como un gran rey que encarga a su ministro que vaya con uno de sus súbditos, diciéndole: —Acompaña a este hombre a todas partes, y me lo traes sano y salvo. ¡Qué bello es ser acompañado por el Espíritu Santo! Es un buen guía. ¡Y… que haya quienes no quieren seguirlo!”

José Pedro Manglano
(Tomado de su libro “Orar con el cura de Ars”
y del boletín parroquial “Fides”)

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