domingo, 19 de abril de 2009

Meditaciones dominicales


LA PAZ SEA CON VOSOTROS

¿EN QUÉ CONSISTE LA PAZ QUE JESÚS RESUCITADO
DESEA A SUS APOSTÓLES?

Es la tranquilidad de un corazón que siempre es dueño de sí mismo, sin turbarse ni precipitarse jamás. Es el imperio sobre las pasiones, los ímpetus, los arranques, y los movimientos demasiados vivos de la naturaleza, para moderarlos, dirigirlos e impedirles que nos perturben. Es la dulce libertad del espíritu que, haciendo cada cosa a su tiempo, con orden y sabiduría, se contrae a su objeto sin tristeza por lo pasado, sin apego a lo presente y sin inquietud por lo porvenir. Es, en fin, la tranquilidad del alma, que, comunicándose al exterior, imprime a todas las acciones del cuerpo un no sé qué de circunspecto, de dulce y moderado, que edifica y es apacible sin ser lenta, y pronta sin precipitación; que no se agita, como Marta, con la actividad excesiva que produce cansancio, sino que es tranquila como María, escuchando a Jesús, obrando en el reposo mismo con que oye. Sus movimientos son suaves, moderadas sus acciones, sin traba ni emulación sus esfuerzos. Los objetos exteriores no excitan en ella emociones vivas o inquietas, y, si a veces la conmueven por sorpresa, se detiene y espera la calma. Es la imagen de Dios, que jamás se turba: ni en los ultrajes que recibe, ni en las grandes obras que ejecuta.

NECESIDAD DE LA PAZ INTERIOR

La sabiduría, dice el Espíritu Santo, habita en la calma y el reposo, y no en la agitación y el tumulto. “He tratado de no turbarme, dice David al Señor, para guardar vuestros mandamientos”. “He tenido mi alma en mis manos, para no olvidar vuestra ley”, dice después, significando con esto que ha detenido su alma en su precipitación, que la ha reprimido en sus agitaciones, pues de otro modo estaba perdido, porque la agitación es elemento del mal, y la precipitación, ruina de la virtud. El alma que ha perdido la paz, es víctima de todas las pasiones; la alegría la embriaga y transporta; la pena la abate y desanima; en la oración está distraída; en el recreo, disipada; en su conducta ordinaria, no considera ni los pasos falsos que da, ni los precipicios a que se expone; en el mismo bien que hace, en la naturaleza y no la gracia la que obra. Es incompatible con el Espíritu Santo, cuya acción, siempre tranquila, no puede estar acorde con el apresuramiento irreflexivo, y cuya voz no se puede oír en medio del tumulto.
Y ¿qué será del alma así abandonada por su guía y entregada a sus turbaciones? Quien no puede conducir un bajel en calma, ¿responderá de él en la tempestad? La paz del alma es el secreto esencial y la piedra fundamental de toda la vida interior; es la preciosa margarita, que es preciso comprar con cuanto se posee. El alma que la ha encontrado es más rica que si poseyera un mundo entero. ¿Hemos comprendido basta ahora la necesidad de la paz interior? ¿Trabajamos por establecer y conservar nuestra alma en este estado santo?

EXCELENCIA DE LA PAZ INTERIOR

“La paz interior —dice San Pablo— sobrepuja a todo sentimiento”; y es preciso, en efecto, que sea algo muy excelente, ya que es el bien que Nuestro Señor desea a sus Apóstoles, la víspera de su muerte. Es el bien que les deja por testamento, que les trae después de su Resurrección cada vez que se muestra a ellos; el bien, en fin, que les encarga llevar por todo el mundo. Esta paz es inapreciable. En efecto, el alma que la posee, apenas oye el menor ruido del tentador, la rechaza con una fuerza tanto más poderosa, cuanto más tranquila está. Nota en su interior todo lo que no está en su sitio para arreglarlo; todo lo que es defectuoso, para corregirlo; todo bueno, para mejorarlo; tiene una maravillosa facilidad para la oración, una gran sabiduría para la acción, y la no menor prudencia para el consejo: progresa en la virtud con toda facilidad y como espontáneamente. Se fija toda ella en el puro amor a Dios, y allí encuentra como su lecho de reposo. Todo su interior es plácido y tranquilo; es como un hermoso cielo en donde Dios se complace en hacer brillar el sol; como una silenciosa soledad en donde gusta hablar al alma. La llama, y ella va; la atrae, y ella corre y gusta la verdad de las palabras dichas San Arsenio por una voz celestial: Retiro, silencio y paz; he ahí el medio de ser perfecto.
¿Empleamos nosotros este medio? ¿Evitamos todo lo que disipa, turba y agita, y procuramos guardar el recogimiento interior y exterior?

Padre Hamon
(Tomado de su libro “Meditaciones”)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Profunda y hermosa reflexion. Desconozco completamente al autor, pero no cabe duda que ha sido iluminado por el Señor.