lunes, 26 de noviembre de 2007

Aniversario de la muerte de Isabel la Católica

ISABEL, CAMISA VIEJA

Hace hoy 503 años que la Reina Isabel se presentó ante el Buen Dios.

En 1972 se abrió su proceso de canonización. Lamentablemente, aún se halla detenido por presiones de quienes odian la fe que profesó aquella que se conoce como "La Católica”.

Desde esta América que tanto le debe a la reina más recordada de España, unificadora de tierras y protectora de quienes nos alumbraron a la Fe de Jesucristo, vaya como recuerdo la transcripción de los primeros párrafos de su testamento, donde se ve claramente por qué la odian tanto los enemigos de nuestra Fe.

Doña Isabel, camisa vieja del yugo y las flechas que jamás desteñirán, permítanos unirnos a las palabras de José Antonio: nosotros seríamos monárquicos si los reyes fueran como Isabel y Fernando.

“En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y una esencia divinal, criador y gobernador universal del cielo y de la tierra y de todas las cosas visibles e invisibles, y de la gloriosa Virgen María, su madre, Reina de los cielos y Señora de los ángeles, Nuestra Señora e abogada, y de aquel muy excelente príncipe de la iglesia y caballería angelical, San Miguel, y del glorioso mensajero celestial el arcángel San Gabriel, y a honra de todos los Santos y Santas de la corte del cielo, especialmente de aquél muy santo precursor y pregonero de nuestro redentor Jesucristo San Juan Baptista, y de los muy bienaventurados príncipes de los apóstoles San Pedro y San Pablo, con todos los otros apóstoles, señaladamente del muy bienaventurado San Juan Evangelista, amado discípulo de Nuestro Señor Jesucristo, y águila caudal y esmerada, a quien sus muy altos misterios y secretos muy altamente reveló y por su hijo especial a su muy gloriosa madre dio al tiempo de su santa pasión, encomendando muy conveniblemente la Virgen al virgen; al cual santo apóstol y evangelista yo tengo por mi abogado especial en esta presente vida y así lo espero tener en la hora de mi muerte y en aquel muy terrible juicio y estrecha examinación, y más terrible contra los poderosos, cuando mi alma será presentada ante la silla y trono real del juez soberano muy justo y muy igual, que según nuestros merecimientos a todos nos ha de juzgar, en una con el bienaventurado y digno hermano suyo el apóstol Santiago, singular y excelente padre y patrón de éstos mis reinos y muy maravillosa y misericordiosamente dado a ellos por Nuestro Señor por especial guardador y protector, y con el seráfico confesor patriarca de los pobres y alférez maravilloso de Nuestro Señor Jesucristo, padre otrosí mío muy amado y especial abogado San Francisco, con los gloriosos confesores y grandes amigos de Nuestro Señor San Jerónimo, doctor glorioso, y Santo Domingo, que como luceros de la tarde resplandecieron en las partes occidentales de aquestos mis reinos a la víspera y fin del mundo, en los cuales y en cada uno de ellos yo tengo especial devoción, y con la bienaventurada Santa María Magdalena, a quien asimismo yo tengo por mi abogada; porque así como es cierto que habemos de morir, así nos es incierto cuándo ni dónde moriremos, por manera que debemos vivir y así estar aparejados como si en cada hora hubiésemos de morir.

“Por ende, sepan cuantos esta carta de testamento vieren como yo Doña Ysabel, por la gracia de Dios reina de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras y de Gibraltar y de las islas de Canarias; condesa de Barcelona y señora de Vizcaya y de Molina; duquesa de Atenas y de Neopatria; condesa de Rosellón y de Cerdeña, marquesa de Oristán y de Goçéano. Estando enferma de mi cuerpo de la enfermedad que Dios me quiso dar y sana y libre de mi entendimiento; creyendo e confesando firmemente todo lo que la Santa Iglesia Católica de Roma tiene, cree y confiesa y predica, señaladamente los siete artículos de la divinidad y los siete de la muy santa humanidad, según se contiene en el credo y símbolo de los apóstoles y en la exposición de la fe católica del gran Concilio Niceno, que la Santa Madre Iglesia continuamente confiesa, canta y predica, y los siete sacramentos de ella; en la cual fe y por la cual fe estoy aparejada para por ella morir, y lo recibiría por muy singular e excelente don de la mano del Señor, y así lo protesto desde ahora y para aquel artículo postrero de vivir y de morir en esta santa fe católica, y con esta protestación ordeno ésta mi carta de testamento y postrimera voluntad, queriendo imitar al buen rey Ezequías, queriendo disponer de mi casa como si luego la hubiese de dejar…”
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